Otoño

Ya se vienen las nubes
que ensombrecen el cielo.
Ya la flor se deshoja
por la lluvia y el viento.

Ya no rompen los grillos
de la noche el silencio,
ni ejecutan cigarras
calinosos conciertos.

Van más tristes los niños
por la vuelta al colegio,
más calladas las aves
y más viejos los viejos.

Ya la luz de la tarde
no ilumina mis versos.
Ya ha llegado el Otoño
con su traje siniestro.

No me gustas, Otoño.
Me deprime tu aspecto
gris como mi existencia,
frío como un esqueleto.

Odio ver que las hojas
son juguetes del viento
que las mueve a su antojo
sin pensar en que han muerto.

No me gusta la lluvia,
ni el aullido del cierzo,
ni el olor de los cirios
en el mes de los muertos.

No me gustas, Otoño.
Yo no sé lo que siento
cuando vienes a vernos
con tu traje siniestro.

Es, tal vez, que me angustia
ese atroz parentesco
entre el tiempo de Otoño
y el otoño del cuerpo.

Y el otoño del alma
que no mira a lo lejos,
que no abriga ilusiones,
que le sobran recuerdos.

¡Triste tiempo de Otoño!
¡Gris Otoño siniestro!
Cambia ya tu ropaje
tú que puedes hacerlo.

Pasa ya. Vete pronto.
Deja paso al invierno
con su blanco vestido
de nupciales ensueños.

De recuerdos de infancia
con sabor navideño.
De esperanzas de vida
sin pensar en los muertos.

Pasa ya. Vete pronto.
Que después  del invierno
se marcharán las nubes
y será azul el cielo.

Y cantarán las aves.
Y habrá flores de nuevo.
Y jugarán los niños.
Y pasearán los viejos.

Y entonarán los grillos
sus nocturnos conciertos
y las serias cigarras
volverán con su estruendo.

Y habrá luz en mis tardes.
Y habrá dicha en mis versos.
Y cantaré a la vida.
Y olvidaré a los muertos.

Y hasta puede que olvide
que evadirme no puedo
y que no hay primavera
tras mi otoño del cuerpo.

¡Triste tiempo de Otoño!
¡Gris Otoño siniestro!
Vete ya. Pasa pronto
tú que puedes hacerlo.